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Conciencia por la afectividad del otro: la importancia de la responsabilidad afectiva

  • Foto del escritor: Jimmy Herrera
    Jimmy Herrera
  • 25 ago
  • 2 Min. de lectura

La responsabilidad afectiva es un concepto que cada vez resuena más en nuestras conversaciones, y creo que con justa razón. A veces pareciera que se habla de algo abstracto o idealizado, pero en realidad tiene que ver con lo más humano: darnos cuenta de que nuestras palabras y acciones tienen un impacto en los demás.


Como psicólogo, pero también como persona que se relaciona diariamente con otros, me he dado cuenta de que muchas veces no dimensionamos cuánto influimos en el mundo emocional de quienes nos rodean. No se trata solo de “sentir lo que siento” y ya; se trata de reconocer que ese sentir genera consecuencias en el otro. La empatía y el respeto no deberían ser opcionales, sino parte de una ética cotidiana.


Hay una frase de la antropóloga Marcela Lagarde que me hace mucho sentido: “Amar implica cuidar, y cuidar implica hacerse cargo del otro como legítimo otro”. Cuando hablamos de responsabilidad afectiva hablamos justamente de eso: entender que el cariño, la amistad, la pareja o incluso las relaciones laborales necesitan coherencia, claridad y cuidado. No basta con decir “te quiero” si mis actos contradicen esas palabras.


Un dato interesante: un estudio publicado en la Revista Latinoamericana de Psicología (García & Ruiz, 2021) encontró que las relaciones en las que existe mayor responsabilidad afectiva se asocian con más confianza, menos conflictos destructivos y mayor satisfacción emocional. Y si lo pensamos, tiene sentido: cuando sé que el otro se preocupa por cómo me afectan sus actos, me siento más seguro, más valorado.


Practicar la responsabilidad afectiva no es nada del otro mundo. A veces basta con hablar con honestidad, ser claros con lo que queremos y lo que no, cuidar los acuerdos, hacernos cargo cuando cometemos un error, y sobre todo, preguntarnos: ¿cómo puede recibir esto la persona que tengo enfrente?


No se trata de vivir pendientes de no herir nunca, porque eso sería imposible, pero sí de tener la conciencia de que lo que hacemos importa. Y que en tiempos donde a veces parece normalizarse la indiferencia, elegir el cuidado puede marcar una diferencia enorme.

Al final, creo que de eso se trata: de reconocer que la salud mental y emocional de quienes queremos también depende de cómo los tratamos.


La responsabilidad afectiva es, en el fondo, un acto de madurez, de humanidad y de amor.


Con cariño, Ps. Jimmy Herrera.

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